miércoles, 11 de julio de 2012

Su nombre es... Desafortunado. Nunca debí (frag.)



Nunca debí haberte notado tan atento desde el primer día, debí ignorarte desde ese momento; cuando, antes de saber tu nombre, sabía tu intención.  
No debí haber confiado en ti, nunca sonreírte cuando llegaba de la escuela y te encontraba en la cocina.

Tampoco debí sentarme a tu lado en la mesa por las noches y hacerme de platicas sin sentido sólo por el gusto de bajar a verte.
Debí limitarme cuando comencé a identificar tus sonidos, tu cello, la sonata, tu voz y tus colores.


Encuentros bajo la Luna.


Pero mucho menos debí dejarte entrar a dormir a mi cuarto, en mi cama. Debí dejarte allá abajo o en el cuarto de al lado, nada de esto hubiera pasado.


No debí  velar por tus sueños, tener esa charla nocturna, dejarte ver mi nerviosismo a las 5am, compartir mi cobija.
Primer suspiro.

NO DEBÍ HABERTE VISITADO EN TU NUEVA CASA. Mi ahora nueva casa.

No haber aceptado aquella invitación a dormir en tu cuarto, contigo, junto a ti. A sabiendas de que íbamos a compartir más que aquella almohada impregnada con tu aroma, tu colchoneta, la cobija, el calor…


“Si quieres, hazte para acá para que te tapes con la cobija…”


¡Que tonta!
Compartiríamos la noche entera y parte de la mañana.


Tus ojos en mis ojos, mi reflejo en tus perlas negras, tus espirales que parecen nubes entre mis dedos, tu fuerza inquietante y tu delicadeza, aquella que me reconfortaba esos arranques de gritos.


Me gustaba ese Ernesto decidido, sin temer a equivocarse.


Sin embargo, NO DEBÍ haberme dejado llevar, tomar tu mano, dejarme besar, besarte entonces y sentirte tan cerca; no debí haberte dejado entrar, no debí regalarte mi pecho, perderme en tu mirada.


-Te aprovechas de mi, de que me gustas mucho.

-No, tu de mi.

Aquel árbol y la Luna fueron testigos.


-Es que tu tienes novio...

-¿Y tu tienes novia, no?
-Si. 

Por la mañana, al despertar, teníamos más que decir, que dar, más que compartir y recibir. 

Tus manos ansiosas, mi ser inflamado, explotando en colores cálidos, me gasté, lo onírico me recogió, soñando junto a ti.

-¿Quieres seguir con esto?

-No sé.

 Pasaron los días de aquella semana, yo impaciente, tu tranquilo.
Debí rechazar salir a comer juntos, vernos por las tardes, creerme aquello de que ya querías verme.


Me encantaba encontrarte por ahí, en la escuela, en el Teatro.

¿Por que llenabas mis pupilas de tus intensos verdes?
Eras un bosque y estaba perdida dentro.

Debí volar lejos, vieja golondrina; pero a la semana regresé y la historia se repitió. Y así, fueron 3 fines de semana, 3.


“No me arrepiento”

“Y puedes estar segura de que a mi también me encantaría estar contigo (…)”

Debí ahorrarte el viaje a mi casa, las palabras que gasté después de eso. 


Si estoy aquí es por que me importas. Me encantaría ser libre y poder tener algo serio contigo, pero…“ 


Pero estás cómodo. 


Transcurre el tiempo, y cínico, se posa sobre mis hombros, revive mis suspiros, dosifica mis latidos.


“Ten paciencia Leonora, esa mujer es infantil, deshacerse de ella va a tomar tiempo, tienes que comprender.”


Tiempo al tiempo, dicen.
Historias similares vienen y van, ánimos de los amigos, verdades de los sinceros.


Tu partida, tu regreso. 


Esperabas que me lanzara hacia ti como bala de cañón a abrazarte después de todo, amor mío, amor chiquito: las cosas no son así.


Corajes, días desganados, transformación de ser a sombra.
La convivencia diaria en casa era un fastidio, una piedra en mi zapato.
Extrañaba escucharte contarme tus planes, tus curiosidades, ser amiga, ser confianza.


Ya no debí haber perdonado tu manera tan tibia de llevar la situación. 
No debí acercarme de nuevo, salir contigo, enamorarme de tus rizos, tus ojos, tus manos y tu presencia otra vez.


Que si hubo o hay algo? Dicho está, duda resuelta.


“Max se afea, la indecisión afea. ¿Que hace con dos (o más) mujeres?”

El mar ya no nos pega con las mismas olas y preguntas por que. 

Mi Luna interna no quiere sufrir como Leonora con el indeciso Ernst y la fastidiosa, chantajista y berrinchuda de Marie-Berthe.


Como dije antes, nunca debí haber visto más allá, entrado a tu bosque, nunca debí haberte respondido, pero lo hice y, aunque parezca, yo tampoco me arrepiento del todo.


Es sólo que, cansada estoy ya.
Se valiente, se fuerte, ya no puedo serlo por los dos.
Mi lince se queda ciego dentro de tu obscuridad.